De las diferentes maneras de acercarse al arte, o: por qué hacerse selfies en un museo
La idea es muy simple, pero me hace reflexionar. Primero: ¿cuándo empieza realmente la existencia de una obra de arte? ¿No es acaso cuando se planta un espectador delante? ¿No cobraría la vida la obra tan solo a partir de la mirada de un receptor?
Segundo: ¿Cuándo y dónde acaba la obra del arte? Quizás no acaba nunca. Quizás, aparte de existir en sí, es una oportunidad infinita de lecturas, interpretaciones, caricaturas, versiones, prolongaciones de su sentido. Quizás su valor más profundo es la inspiración que da al receptor (no necesariamente artista profesional) de seguir creando.
Tercero: ¿Quién puede decir que realmente ENTIENDE el arte? Sobre todo, si se trata de un arte moderno o contemporáneo, cuya lectura ya por sí no es evidente. ¿No tendría entonces tantas lecturas la obra cuantos pares de ojos la estén mirando? Y como siempre estamos mirando desde nuestra subjetividad, el recuerdo de la experiencia artística en nuestra mente siempre será una especie de "selfie" con la obra. ¿Suena tremendamente egocéntrico? Lo es, y es también muy propio de nuestros tiempos, diría. Una perspectiva desde la que todo, hasta la obra de arte ajena, acaba hablando inevitablemente SOBRE MÍ...
Sigo investigando, ¡para que no se quede todo en conclusiones tan amargas!
Dominika Dittwald
(Obras: MADRE, Nápoles, septiembre 2018)
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