Rutinas creativas para domesticar la ansiedad

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Rutinas creativas para domesticar la ansiedad

 

Para los que, como yo, conviven con la ansiedad, voy a proponer dos sencillas rutinas que a mí me funcionan. La expresión «rutina creativa» puede parecer un oxímoron, pero os conté en este post, que creo en las rutinas como medio de hacer estable el tiempo dedicado a nuestra creatividad, lo que luego florecerá en forma de arte.

 

Incluso personas que hasta ahora no sufrían de ansiedad, se enfrentan en estos tiempos de pandemia con el caos interior, la sensación de pérdida de control y la inseguridad. Los orígenes de la ansiedad pueden ser muy diversos: circunstanciales o propios de la personalidad, estacionales, aprendidos... Es un tema complejo —y con frecuencia se tiene que tratar en terapia—.

 

Las dos prácticas que propongo funcionan, en parte, como herramienta de autodiagnóstico y, en parte, como apoyo para facilitarnos la existencia cuando la ansiedad nos acecha. Nos ayudan a entender qué nos pasa, qué nos hace sufrir y, a la vez, sirven para lo que yo llamo mantener la higiene emocional, para ocuparse de las propias emociones cada día, como si de lavarnos los dientes se tratase, en vez de evadirnos constantemente —el móvil, las series, comer compulsivamente…— hasta que el malestar nos atrapa.

 

Os propongo dos caminos no excluyentes:

 

Camino a través de la palabra:

En un libro que nunca me canso de recomendar, El camino del artista, Julia Cameron propone un ejercicio que ella llama «las páginas matutinas».  Consiste en escribir tres páginas cada mañana, antes de cualquier otra actividad del día. No es un ejercicio de escritura ni de redacción: se trata precisamente de lo contrario, de escribir todo lo que nos pasa por la cabeza, por tonto y nimio que parezca, vaciando la mente de cualquier pensamiento que aparezca. La autora recomienda no volver a leer estas páginas hasta pasadas ocho semanas como mínimo: para evitar caer en la autocrítica, y para observar nuestro proceso de evolución, que se hace más visible cuando llevamos un tiempo escribiendo.

 

He sido fiel a esta técnica durante años. En mis estanterías tengo decenas de libretas con sus manchas de chocolate del desayuno y círculos marrones de tazas de café. Para que os hagáis una idea: a mi me gustan las libretas grandes y escribir tres páginas me ocupa media hora. Vale la pena levantarse antes y un poco de perseverancia: en unas pocas semanas ganamos mucho en tranquilidad interior, y releer las páginas después de un tiempo ayuda a localizar tanto nuestros problemas, los patrones de pensamiento que nos atrapan, como nuestros sueños y deseos.

 

Camino a través de la imagen:

A pesar de que soy una adicta a la autorreflexión por escrito, reconozco que hay momentos concretos en mi vida en los que dibujar me funciona mejor. En periodos de mayor ansiedad a la habitual, cuando mi cerebro empieza a «rumiar», es decir, a repetir involuntariamente y en bucle los pensamientos desagradables, por ejemplo. En este caso, si escribo, me encuentro bloqueada en producir páginas y páginas de «más de lo mismo». 

En estas ocasiones lo que me libera del bloqueo es la otra rutina: una «selfi emocional», (tomo prestado este término de este artículo de Sheila Darcey), una especie de retrato de mis emociones en el momento. El objetivo no es que sea bonito, sino que exprese el estado emocional. Al igual que en el caso de la escritura automática, recomiendo un «dibujo automático», es decir, no intentar dibujar nada en concreto: a veces este intento acaba en un garabato, y a veces se desarrolla en una forma más definida. Lo importante es dejar que la mente se vacíe mientras dibujas. Recomiendo tomarse esta tarea casi como un juego infantil: usar rotuladores y lápices de colores, de purpurina, pinceles, plumas...

Si no te gusta dibujar, puedes también hacer un collage.

Otra técnica que puede disfrutarse es manipular una selfi real con un programa de edición gráfica. 

 

Palabra o imagen: ¿cuál de los dos escoger? 

Opino que lo ideal es combinar la escritura de las páginas matutinas con los dibujos para, en todo caso, estar atentos a cómo nos encontramos. No seamos exigentes, no hace falta hacer las dos cosas cada día: una posible rutina que podemos proponernos puede consistir en reservarse cada día entre 15 y 30 minutos para ponernos al día con nuestras emociones, y según lo que más nos apetezca, escogemos la escritura o la imagen.

 

La fuerza de las herramientas arteterapéuticas consiste en sorprendernos a nosotros mismos, sacarnos de nuestras casillas y de los caminos marcados para ayudarnos a encontrar una nueva solución. ¿Quieres que te acompañe? Aquí encontrarás más información.

 

Te dejo con algunas de mis «selfis emocionales»:

 

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