De los experimentos creativos y de los experimentadores.

Hace ya unos días que acabaron mis conferencias y talleres del mes de abril, y aún no he encontrado el momento para pararme y escribir. Mientras tanto, vino la primavera y en pocas horas, parece, ya se está transformado en verano. El sol que hacía hoy era digno del mes de junio.
Pero en la tarde que nos encontramos para la primera conferencia – y eso que fue hace poco más de dos semanas – el mundo tenía un aspecto muy diferente. Llovía a cántaros, y yo misma, sinceramente, levaba una especie de nube gris dentro mío. Mucho cansancio mental – por el trabajo acumulado, pero quizás también por este invierno que no quería marchar. Recuerdo que entré en la sala del Corte Inglés de Tarragona con mi gigantesco carro de compra de color naranja fluorescente – un cacharro que me acompaña desde hace años allí donde voy con mi „taller portatil”, papeles, cartulinas, pinturas, telas y muchos más trastos – y allí se me encendió la primera lucecita. Ya conocía la sala, pero esta vez le cambiaron la iluminación, y además justo estaba expuesta una colección de cuadros de colores cálidos, agradablemente saturados, con sus sosegadas composiciones. Todo un regalo visual. Empecé a organizar el espacio bajo la benevolente mirada de estos bonitos cuadros, y desde allí, fue todo a mejor, y luego a bien. Una prueba más de que hay que rodearse de belleza, la belleza visual, la belleza de las palabras, la belleza en las miradas de las personas que nos acompañan. La belleza nos sana. En fin.
Me cuesta dar charlas si me siento separada de mi público, al estilo de un aula de una escuela tradicional: la poniente en su tarima y los espectadores mirándola desde el otro lado. Prefiero bajar entre el público y desde allí crear grupos, tramar redes de cooperación, co-creación, donde – aunque yo soy la facilitadora – la protagonista es la tarea que estamos desarrollando. Porque me gusta traeros tareas y desafíos para proponer. Las charlas sobre la creatividad y el arte no tendrían mucho sentido si se quedasen en lo teórico, pero esto implica por parte de los participantes una pizca de valentía e implicación.
Creo, de hecho, que la esencia de todo el asunto es esta: no es suficiente escuchar conferencias, leer libros y artículos sobre la creatividad. Hay que dar el primer paso. Físicamente. Desde el cuerpo. Puede ser un garabato de nada, pero hay que hacerlo. Sin miedo de hacerlo mal. A pesar de sentirse bloqueado o avergonzado. A pesar de que el crítico interno enseguida empieza a parlotear, burlándose de nuestros esfuerzos. Por eso propongo hacerlo sin esfuerzo, desde el juego. Antes de que nuestro crítico interno se burle de nosotros, burlarnos de él. Dejar de dar la importancia al resultado de la acción creativa, desapegarse de él. Es igual la nota que nos pueden dar, ya no hay ningún profe criticón, ya no hay ningún padre sobreexigente, ya no hay nadie que espere de nosotros que lo hagamos todo siempre bien. Así que démonos permiso a hacerlo mal, a equivocarnos, y concentrémonos en lo liberador que por fin empieza a resultar el proceso de crear. Porque empieza a serlo, justo cuando después de unos cuantos ejercicios aparentemente infantiles, nos damos cuenta de que nos estamos ríendo, que nos empiezan a brillar los ojos, y que además, entre todos hemos creado interesantes composiciones de líneas y palabras. Y como nos íbamos pasando las hojas de papel unos a otros, añadiendo cosas, realmente es igual de quíen es el dibujo más bonito. No hay ningún concurso, ninguna evaluación. Nadie ha ganado y nadie ha perdido, a nadie le facilitaremos especialmente por el buen trabajo y tampoco nadie se sentirá el torpe de la clase. Porque lo que realmente importa, es que hemos activado la energía creativa, desde el juego, desde el experimento, atreviéndonos. Hemos dado el primer paso. Hemos trazado la primera línea. Y le estamos perdiendo el miedo, que no es poco, todo al contrario.
Una hora de reloj que emplée para despertar la reflexión acerca del arte y de la creatividad, fue poco tiempo. Pero fueron muchos pequeños pasos, y pequeños milagros creativos, y sorisas, y preguntas, y luego hasta abrazos de personas que se habían animado a atravesar la ciudad bajo la lluvia para encontrarnos en este espacio que hicimos nuestro. Siento gratitud hacía todas estas personas, porque por muchas cosas que os lleváis vosotros de mis talleres, de mis conferencias, de mis sesiones de arteterapia – siempre sospecho que yo me llevo aún más. Como mínimo - este rato de conexión total conmigo, con mi trabajo, con la tarea, con vosotros. Sin hablar de la immensa satisfacción cuando veo cómo despertáis, como os animás a jugar, como es conmovéis. Fue una tarde de mútuos regalos. Corrí hacía mi casa bajo la lluvia torrencial, pero dentro mío ya no había la nube gris. En cambio, amanecía un nuevo, espléndido día.
Dominika Dittwald
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