Este relato se escribió como un ejercicio en el taller de Autobiografía en la Escuela de Escritores en formato online (edición primavera 2020). Tiene forma de una carta dirigida a los demás compañeros del curso.
En nuestra última reunión hemos llegado a la conclusión de que no se puede mantener más tiempo esta farsa. Lo sentimos mucho. El proyecto en el principio pareció de lo más divertido, pero cuando nos encontramos ante el tema del módulo diez, estuvimos de acuerdo que esa fue la señal: debemos confesar.
Somos un grupo de amigos que se conocieron hace veinte años cursando un año de Erasmus en Katowice, una ciudad minera en el sur de Polonia. Estudiábamos en diferentes facultades universitarias, por la noche nos emborrachábamos en fiestas, hacíamos amigos. Entre nosotros cuatro el vínculo persistió, seguimos escribiéndonos durante años y finalmente formamos un grupo de WhatsApp donde nos comunicamos a menudo.
Nos une la afición a escribir, un cierto dominio de la lengua castellana, y el amor a la aventura. También todos andamos algo mal de dinero. Cuando Silvia descubrió por internet que la escuela de Escritores de Madrid proponía cursos, y nos compartió la idea, a todos nos pareció interesante pero a la vez un poco caro. Entonces surgió la idea: ¿y si compartimos gastos y nos apuntamos juntos al curso bajo un nombre de una persona ficticia? Era un curso online y nadie nunca averiguaría que somos varios. A la vez, podríamos repartir los ejercicios literarios entre nosotros y cada uno en su momento recibiría correcciones y comentarios sobre su texto. El proyecto en primer momento nos pareció de locos, pero en poco tiempo se convirtió en un excelente juego.
Pasamos mucho tiempo ideando el plan y construyendo el personaje que iba a convertirse en nuestra tapadera común. Por nostalgia hacia Polonia, el país que nos unió, decidimos que debía venir de allí. Nanda, que está siempre al día respecto a la lucha por la igualdad de géneros, nos convenció de que nuestro personaje fuera una mujer.
El nombre y el apellido fueron elegidos en homenaje a la amiga de Miki, una cineasta y fotógrafa que vive en Canadá, una mujer adorable y una excelente artista (os recomendamos su página www.ddittwald.com) Hablamos con ella y la idea le pareció muy divertida. Ni siquiera ideando un perfil de Facebook de una persona que no existe, sentíamos que estábamos creando una identidad falsa: lo vivíamos como un proceso artístico, una suerte de performance entre nosotros cuatro.
Seguíamos con avidez las clases y sobre la marcha decidíamos quién debía escribir cada ejercicio. Antes de entregarlo, lo poníamos en común, lo pasábamos por el filtro de nuestro personaje. Era importante que todo cuajara, así que fuimos muy meticulosos. Silvia se encargó de que el estilo literario fuera parecido en todos los textos. Le asignó ciertos tics, expresiones, errores gramaticales: entre otros le negó el dominio de los subjuntivos. Eso sí, el contenido de los textos vino de nosotros. Los acontecimientos autobiográficos, aunque disfrazados de aventuras de Dominika, eran nuestras, eran auténticas.
En principio, pensábamos no participar en las sesiones del Zoom, pero la curiosidad nos pudo. Decidimos ponerle cara y cuerpo a Dominika y hablamos con nuestra amiga de los tiempos de Erasmus, una catalana “de pura cepa”. Es actriz y trabaja ejerciendo papeles de extra en las telenovelas de la TV3, así que se tomó nuestra propuesta como un remedio para su aburrimiento y estancamiento profesional. Además la idea le hizo gracia ya que a los catalanes, Dios sabe por qué, en España se les llama polacos. Le hicimos un briefing, se leyó atentamente todos nuestros trabajos, se curró el acento del Este y apareció en nuestro nombre en las dos sesiones de zoom. Le resultó muy divertido, y nos confirmó aquello que ya nos olíamos a través de los textos de los compañeros (leídos en común con mucho interés): que tuvimos la suerte de coincidir con gente muy amable, inteligente, creativa y de lo más interesante. Durante esas dos cortas sesiones la “falsa Dominika” tuvo tiempo de cogeros cariño.
Era el mismo cariño que sentíamos los demás. Sentíamos que a partir de compartir las historias de nuestro pasado, a veces muy íntimas, llegamos a construir un vínculo con el grupo. Y una idea desagradable de repente se hizo evidente: ocultando nuestras identidades, estábamos traicionando la confianza de los compañeros, estábamos vulnerando esta bella relación. Esta gente no se lo merecía. Nuestro proyecto dejó de parecernos divertido y un sentimiento creciente de culpa reemplazó la alegría. No sabíamos cómo salir de esa, hasta que el tema diez – la confesión – apareció como una oportunidad perfecta para desmentir nuestra artimaña.
Así que llega el momento de presentarnos:
Brunon Schulz. Rumano de origen judío, historiador, nostálgico y serio. No le costó mucho esfuerzo disfrazar en Varsovia su querido Bucarest. Cumplida su media jornada en la Universitatea din Bucuresti, se dedica a escribir ensayos filosóficos en tono nietzscheano y poesía en versos blancos.
Nanda Pessoa. Proveniente de Salvador de Bahía pero afincada en París, francófona y francófila. Es empresaria fallida, escritora y feminista, aficionada también a los standups, en los que tiene bastante éxito. Viajera. Casada desde hace tres lustros con un empresario francés, tienen un hijo que les salió de rebote. Nanda es más amiga que madre de su hijo, cosa que hace dar vueltas vertiginosas a su proceso de crianza.
Silvia Rodríguez. Una intensa dama de origen argentino, mujer al cien por cien desde su reciente operación de reasignación de sexo que acabó con sus ahorros. Romántica hasta la médula. Multilingüe, traductora de profesión y nuestro referente en castellano. Mística y algo hippie, tiene claro que el amor es su camino. Está preparando una autobiografía novelada donde cada capítulo cuenta una de sus historias de amor. Nos esperamos una saga.
Miki Bulgakov. De origen ucraniano, hijo de una familia de disidentes, todos ellos intelectuales, volvió al Kiev natal de sus padres hace poco. Nos escribe desde el piso heredado de su tierna abuela que le enseñó a amar la literatura. Miki estudió arquitectura pero acabó siendo cineasta, se gana la vida rodando documentales por encargo para varias productoras, pero el proyecto al que más se dedica es hacer cortometrajes que enseñan lo que sueña durante las noches.
Caterina Albert, la catalana que nos prestó su cara para las conferencias de zoom, también os saluda afectuosamente. Pide que os digamos que aunque nunca antes le atraía la escritura, le inspirasteis tanto que está pensando buscarse algún curso. En catalán, por supuesto. No le parece posible expresar su realidad íntima en un idioma que no es el de su familia, de su infancia. ¿Qué opináis al respecto? Decidnos algo. Eso, si aún queréis hablar con nosotros. Por favor, aceptad nuestras disculpas. Es verdad que somos una banda de embusteros, pero que conste que fue, nunca mejor dicho, por amor al arte.