Del desorden ordenado

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Estos días me ha cogido la gripe, y, aprovechando los días en casa en pijama, me he puesto a ordenar cosas. Mi objetivo no han sido los objetos cotidianos (aunque ya me vendría bien), sino una caja de cartón, del tamaño de una de zapatos, que desde varios años me acompaña en todas las mudanzas. Esta caja se ha convertido con los años en una especie de objeto sagrado, porque no la abro nunca, aunque sé lo que contiene – y a lo mejor justo por esta razón. Pero he llegado a la conclusión que hoy ha llegado el momento.

Un poco nerviosa (a ver si repito una tontería de una tal Pandora…) abro la caja. Está llena de objetos varios, a primera vista, de basura. Fotos y palabras arrancadas sin cuidado de páginas de revistas. Trocitos de plastilina, deformes y un poco sucios . Bolitas de poliespan. Cantidades de papeles y papelitos llenos de garabatos y escritos. Una nariz de payaso, de goma roja endurecida por el tiempo. Plumitas de algun pájaro colorido, quizás de una cotorra, o de un canario? Cosas. Para mí, cosas rebosantes de significado. Me siento ante la caja abierta y las cosas me hablan. A algunos de los recuerdos sonrío, algunos ahuyento cuanto antes.

El camino para ser arteterapeuta – y lo mismo en muchas otras especializaciones terapéuticas que se precien – empieza por terapia propia. Mi primera terapeuta, la del principio del camino, se llamaba Claudia y fue la que me acompañó mientras yo creaba los objetos de la cajita. Recuerdo las primeras sesiones, que coincidieron – a veces pasa – con una profunda crisis que viví, tan intensa que no me reconocía a mi misma. Llena de miedo, de culpa, de inseguridad, yo traía mi caos a la consulta de Claudia y lo íbamos mirando juntas. Entiendo ahora tantas cosas que no entendía entonces.

Recuerdo que la mayoría de veces cuando llegaba a la sesión, traída mucha ansiedad, y la sesión me ayudaba a recuperarme y a salir más tranquila – hasta la sesión siguiente, claro está. Un día llegué relativamente tranquila, y compartí con mi terapeuta una sensación de que esta sesión quizás „no tenía sentido” – si yo estaba bien… Claudia abrió grande los ojos y me dijo que justamente, ahora que estoy bien, podemos empezar a trabajar. No lo entendí en absoluto. Qué quería que trabajábamos si yo no sentía ansiedad? No entendía entonces que el sentido profundo de la terapia no es aliviar momentáneamente el estrés, sino llevar a cabo un cambio que permitirá generar una mejora duradera en la vida del paciente. Muy probablemente, yo no tenia muy asumido entonces que mi vida realmente precisaba un cambio profundo a realizar. Yo solamente quería volver a dormir bien y a estar contenta conmigo misma. No sospechaba que esto es como cuando tenemos una muela por sacar: primero toca una tanda de antibiótico para bajar el dolor, la fiebre y la hinchazón, y tan sólo luego se puede extraer la muela. Cuántas veces los pacientes, motivados por el miedo, se toman el antibiótico y al sentirse mejor, no se presentan para sacar la muela – y así hasta la siguiente crisis (esto lo sé porque lo hice 😉 ) Pues, con la terapia, muchas veces es igual. Al recuperar más o menos el equilibrio, marchamos motivados por mil excusas, sin permitir que el cambio real se dé.

Busco en la caja y encuentro objetos que me traen recuerdos preciosos, y se me despierta un sentimiento de agradecimiento enorme hacia Claudia. En arteterapia, como trabajamos con artes, muchas veces recurrimos a confeccionar objetos, y éstos de manera simbólica nos ayudan a entendernos mejor, comprender qué necesitamos para mejorar. A menudo, estos objetos „salen solos”, no hace falta que el terapeuta nos diga qué tenemos que hacer – nos ponemos a trabajar y de repente, están allí. Esta ha sido la historia de una pequeña sartén de barro, llena de huevos fritos, lonchas de jamón y verdes espárragos – todo de plastilina. Hice esta „comida” en una sesión cuando me sentía particularmente triste y agotada. El objeto artístico que creé dió una oportunidad a mi terapeuta para tener una profunda conversación conmigo acerca de la necesidad de nutrirse – literalmente, pero también, espiritualmente. Era la necesidad que yo por aquel entonces desestimaba por completo.

Estos pequeños objetos esconden muchas historias – no todas recuerdo literalmente pero miro estas cosillas y sonrío, intuyendo la intención de mi terapeuta de darme aliento, enseñarme a crearme un espacio de descanso, a no machacarme, a nutrirme y a quererme. Estas palabras pueden sonar a hueco a personas que están en el estado en el que yo estuve entonces, pero su significado se aprende – y los arteterapeutas nos proponemos enseñarlo no a partir de un discurso, de lo verbal, sino, a partir de la experiencia. Del trabajo con un proceso creativo, con herramientas artísticas, con el cuerpo. Miro la nariz de payaso, y las ligeras plumas de pájaro, y me llegan todas las cariñosas metáforas que entonces quizás no supe acoger. Me gustaría que sepas, Claudia, que hoy, cuando las cosas ya han cambiado tanto, llevo siempre puesta una invisible nariz de payaso, y unas cuantas ligeras plumas mágicas pegadas a los hombros. Gracias.

Dominika Dittwald

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