Mi carrera de arteterapia duró tres largos, intensos, revoltosos años, llenos de risas y de lágrimas por igual (y las lágrimas no siempre expresaban tristeza, y las risas no siempre eran testimonio de felicidad – pero este es un tema para otro artículo). A cualquiera que veo comenzar esta – o similar – formación profesional, miro ahora con consciencia de que estoy viendo un@viajer@ entrando en un camino del que volverá muy diferente. Le espera contínua transformación, del gusano a mariposa y de vuelta – la metáfora me parece adecuada porque recuerdo como las vivencias de mi proceso me proporcionaban alas de mil colores, a la par de hacerme arrastrar por los rincones inesperadamente oscuros de mi propio inconsciente. Acabé la formación sabiendo que esta contínua transformación no terminará nunca, y que más me vale que sea consciente, trabajada y encaminada hacia lo vital. Todo cambia, todo se transforma contínuamente (he pensado a la vez en Mercedes Sosa y en Jorge Drexler, ¿quién adivina en qué canciones?). Hoy cambio mi nombre (solamente es él de Facebook, pero no deja de ser simbólico: el nombre refleja la identidad), miro hacia atrás y veo cómo he cambiado durante este trayecto – cuando nació África Cósmica (2012/13, el 1 año de la formación), hasta hoy, el principio del año nuevo 2018.
África Cósmica – síii, al final llegaré a explicarlo 🙂 – es un resultado de un proceso creativo de un día, que realizé durante uno de los módulos de la formación*. Bajo la tierna mirada de nuestra profesora, todos los integrantes de nuestro grupo dedicaron varias horas en confeccionar una máscara. Empezamos (ayudándonos entre nosotros) por fabricar la máscara base utilizando tiras de yeso blanco (se mojan con el agua, se colocan una por una para que cubran toda la cara de la persona, y se dejan secar). Así obtuvimos cada uno una imagen exacta de su propia cara. Seguidamente, nos dedicamos a dar forma y color a este objeto, utilizando varias herramientas artísticas, cada uno según su elección: pintura, decoupage, trozos de tela, plumas…mil cosas. Como se ve en la foto, yo elegí plastilina de varios colores.
Pero el trabajo sobre el aspecto visual de la máscara solamente era una parte del proceso. No desvelaré los secretos del taller – el secreto pertenece a la formación y a la profesora y os deseo que podáis alguna vez entrar en un lugar tan mágico como el que ella creó entonces. Diré solamente que la máscará se convirtió en personaje, que el personaje tuvo su historia, que tuvo un nombre – y que con el nombre adquirió la identidad.
Fue así como descubrí que, – triste, fría, rígida como fui en aquel entonces, cansada por exceso de trabajo, por exceso de preocupaciones, aplastada bajo el propio ego – descubrí que vive en mí otra yo. Otra yo, que yo también soy. Una yo de colores intensos, de corazón ardiente, de pasión en el cuerpo, una incarnación de salvaje baile africano bajo un cielo estrellado. Yo, una taciturna chica del Este, perdida en si misma, y sin tener mucha esperanza para salir del laberinto, descubrí que soy también – África Cósmica. Y lloré al descubrirlo. Eran lágrimas de estas que no traen tristeza, sino de estas que riegan vida nueva brotando del reseco corazón.
Ésta es la historia, y ahora, para cerrar el ciclo,me despido del nombre a la vez que agradezco a mi África interior. Sé que se deja ver cada vez más, y yo misma muchas veces la veo en el espejo, y me sonrío. Los caminos del arte son inescrutables pero nos llevan a buenos puertos, a menudo a través de una mar revuelta, que nos escupe agotados en la orilla de un desconocido continente – que luego resulta ser una jungla palpitando vida, bajo las estrellas que nos indican el camino a seguir.
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