Burlesque es mucho más que un arte escénico. Es una oportunidad para una mujer de recorrer el camino al encuentro de su compleja feminidad.
Por fin, ¡me he apuntado a un curso de burlesque!
Fueron varias gotitas que acabaron por colmar el vaso de mi curiosidad. El año pasado participé en un taller puntual que me entusiasmó hasta el punto que una amiga-bailarina me regaló, con toda la generosidad, uno de sus corsés bendiciendo de esta manera mi futuro en el escenario. Luego vino un festival donde actuó gente amiga, así que fui para darles ánimos desde el público. Salí del espectáculo con las palmas de las manos hinchadas de tanto aplaudir, relajada de tanto reír, e impresionada por la energía de esos cuerpos de diferentes siluetas, tallas y edades, reclamando contundentemente su derecho a disfrutar y ser disfrutados. Al final el deseo se hizo posible y aterricé en la sala de ensayos de la escuela Burlesque Experience.
Los que me conocen saben que tengo tendencia a enamorarme rápido, y es lo que ocurrió en este caso. Pero tengo el presentimiento de que puede ser una relación más profunda que un sencillo flirteo, y más duradero que una aventura que cae por su propio peso en pocos días. Burlesque tiene algo que me enamora de verdad, porque aparte de divertirme jugando con cosas que brillan y bailando delante el espejo, me transmite algo de mucha relevancia. Intentaré explicarme.
Al encuentro del cuerpo
Diría que el primer desafío que afronta una mujer aventurándose con el burlesque es enfrentarse con la realidad el propio cuerpo. No deja de sorprenderme comprobar con cuántos complejos cargan las mujeres, hasta las más encantadoras. Ya sólo por eso merece una oportunidad poder vernos en grupo y darnos cuenta de que casi ninguna es libre de esta carga. Una experiencia grupal de este tipo puede resultar verdaderamente catártica. En el burlesque tenemos el placer de encontrar a mujeres igual de imperfectas a nivel corporal que todas las demás del mundo, pero que tienen la valentía de trabajar su propia vergüenza y hacer lucir tanto el cuerpo como la belleza de su personalidad.
Varias de las mejores actuaciones que vi de burlesque eran interpretadas por personas cuyos cuerpos no caben en los canones de belleza “normativos” – y que fascinaban el público por la bellísima energía que irradiaban. Estoy convencida de que esta energía y alegría viene de la coherencia con una misma, una profunda autoaceptación y empoderamiento. Y es eso lo que en el burlesque se trabaja igual de duro que las coreografías.
El Pepito Grillo, o cómo nos sabotea la cabeza
La cabeza, el juez interior, o como lo llama cariñosamente mi profesora Marina “el Pepito Grillo”, no deja de atacar a las mujeres que deciden salir de la famosa zona de confort para pisar el escenario burlesque. Cuando nos ponemos a practicar, nos damos cuenta de la cantidad de prejuicios y clichés incrustados que nos atacan en nuestra propia mente. Apenas hemos conseguido acallar la vocecita que nos susurra “sé decente, una mujer respetable no se destapa” para conseguir apuntarnos a clases, y enseguida nos damos cuenta de que sólo ha sido el primer paso de muchos que tendremos que dar en contra de nuestros propios reflejos autosaboteadores.
La imagen de la feminidad, explica Marina, no es uniforme. Abarca muchos aspectos unos más y otros menos aceptados socialmente (recuerdo la famosa canción de Alanis Morisette :I’m a bitch, I’m a lover, I’m a child , I’m a mother, I’m a sinner, I’m a saint…, va un poco de esto). En el burlesque, estos distintos aspectos de la mujer se expresan simbólicamente a través de diferentes personajes. No todos ellos son igualmente bien vistos por el entorno e incluso por nosotras mismas.
Es relativamente fácil verse interpretando a una simpática y encantadora pin-up girl, o una resplandeciente diva en su vestido de noche, pero ¿será igual de fácil entrar en el rol de la feminidad rechazada, prohibida? Personajes de la vida real o fantástica – vale tanto una prostituta vulgar como una cruel vampiresa – se nos hacen incómodos de interpretar. Una buena mujer que se respeta nunca es agresiva ni vulgar, ¿verdad? No es ni siquiera premeditadamente seductora. Hasta puede ser que interpretar a una mujer poderosa resulte aún más difícil de soportar.
Una mujer de mil cuerpos y mil personalidades
Lo fascinante es que, igual que cualquier mujer puede tener complejos sobre distintas partes de su cuerpo, también los bloqueos psicológicos que tenemos se refieren a los aspectos variopintos de la feminidad. A algunas nos cuesta una barbaridad una actitud seductora, con su Pepito grillo, tanto invisible como insistente, susurrando: ¡Serás puta! ‘¡Cómo te atreves! Otras luchamos con nuestro “juez personal” a la hora de interpretar a una mujer que tiene mucho poder y “mala leche”. ¡Qué difícil es atreverse a ser borde cuando una está adiestrada de ser simpática con todo el mundo a todas horas…
Marina propone que nos vayamos haciendo a la idea de que todos estos personajes de alguna manera forman parte de nosotras. Y desde luego, lo que más nos conviene – y ésta es una regla universal en el proceso de autoconocimiento – es conocerlos, aceptarlos, integrarlos, y quedarnos con su energía. Simplemente, hacer que el cliché trabaje a nuestro favor.
Llegar a sentirse cómoda, mediante un entrenamiento, en un “burlesquero” rol de mujer poderosa – una gran emperatriz, por ejemplo – hace que esta vivencia esté a nuestro alcance no solamente en el escenario, en el fabuloso mundo de lentejuelas y focos, sino también en la vida real. La vida, nuestra vida de cada día, a veces requiere que nos pongamos firmes, que fijemos límites, que nos defendamos y en ocasiones, que ataquemos. Puede apetecernos seducir a alguien, convencer a alguien, ganar algo. O simplemente centrarnos y llegar a la conciencia de que estamos bien en nuestro cuerpo, de que nos queremos y respetamos, de que estamos protegidas.
Liberando nuestros recursos
Porque todas nuestras facetas, las favoritas y las menos queridas, son nuestras, son parte de nosotras, y además son un abanico de posibilidades. “Fake it until you make it” : esta frase a veces me viene a la cabeza cuando reúno mis recursos aprendidos en diferentes formaciones de teatro, porque justo tengo que afrontar alguna situación vital que me asusta. Y no es del todo “fake” (falsa), porque esta mujer valiente, segura de sí, que exige respeto, vive realmente dentro de mí. De momento es más pequeñita de lo que me gustaría, pero voy a cuidar de ella para que se fortalezca…
En su manera de enseñar el burlesque, Marina recurre a algo que yo aprendí en mi formación de arteterapeuta. Transformar lo que nos bloquea dramatizándolo, exagerándolo, experimentando a través del juego hasta que deje de asustarnos y lleguemos a un maravilloso punto desde el que empezamos a poder reírnos de ello. Es entonces cuando los antiguos dramas y pesadillas dejan de martirizarnos y lo que aprendimos de ellos se convierte en un recurso más. La feminidad de cada una es un verdadero laberinto lleno de puntos de fragilidad que es de lo más conveniente ir sanando con ternura. Pienso que el burlesque puede llegar a ser una herramienta potente no solamente de desarrollo artístico, sino también de la autoconsciencia personal a nivel más profundo.
La desnudez y la dignidad
Hay también un aspecto más serio del asunto. Muchos habéis visto “El cuento de la criada” basado en la novela de Margaret Atwood (la estoy leyendo ahora), una distopía sobre el mundo en el que gana el fundamentalismo religioso y las mujeres pierden la libertad de decisión y se convierten en peonzas en la estructura del nuevo sistema. El ejemplo de la protagonista de la serie habla muy explícitamente de la pérdida de derechos sobre su propio cuerpo. Pero no necesitamos llegar a tal extremo para poder apuntar las situaciones, aquí y ahora, en nuestra vida cotidiana, que son de facto intentos de controlar nuestros cuerpos. La desnudez – igual que la maternidad, por ejemplo – se convierte así en uno de los territorios de batalla.
La diferencia entre el cuerpo destapado de una mujer-objeto sexual, y una mujer que se destapa en un espectáculo de burlesque, es tan fundamental como la diferencia entre el servicio sexual dado por una prostituta víctima de trata, y un acto sexual con una amante que lo hace movida por deseo, placer, ternura. Una bailarina se destapa desde la aceptación de su propio cuerpo, en la medida que lo desee, y en servicio de su propio placer y bienestar. Aquí, como en la vida fuera del escenario, la regla fundamental es: sobre mi cuerpo decido yo. En el proceso de empoderamiento de la mujer, me parece una regla que no nos podemos saltar, por la que empieza todo.
Vivimos en unos tiempos bastante complicados, donde las historias como “El cuento de la criada” nos asustan precisamente porque a veces parece que nuestro mundo puede algún día acabar así. Por eso incluso los suaves encajes y plumas de los trajes burlesque pueden, o deben, servirnos de armas para que eso no ocurra. Y sí, por muy disparate que puede parecer a la primera vista, ejercer el derecho de enseñar con orgullo el cuerpo imperfecto en el escenario, puede formar parte de la lucha por la libertad de decisión sobre una misma, y por la dignidad de ser lo que una es. Gracias a Marina y su equipo por enseñárnoslo.
Dejar un comentario