Sobre los diferentes «yoes» en el espejo. Autorretrato emocional.

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Sobre los diferentes «yoes» en el espejo. Autorretrato emocional.

 

En este post encontrarás: un pedacito de mi historia de vida donde cuento sobre cuándo y por qué empecé a hacer autorretratos; una explicación de esta idea desde la arteterapia; un ejercicio que puedes hacer en casa si te animas. Disfruta.

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Francia nunca me lo puso fácil.

Nada más llegar, la primera cara de «Marianne» que conocí de cerca, fue la de la burocracia despiadada, tan hábilmente retratada por Uderzo y Goscinny en Las doce pruebas de Asterix. Me compadezco de la veinteañera rubia y tímida que era —sin más recursos que un dominio decente de la lengua francesa y mucha buena voluntad—, rebotando como una pelota de tenis entre ventanilla y ventanilla de la oficina de Inmigración. Siempre faltaba algún documento para prolongar el visado. Aprendí que una de las caras de la mítica Égalité es que la despiadada maquinaria administrativa igualaba a las personas como una cortadora de césped. También comprobé que lo que estaba muy de moda en la capital mundial de la elegancia, era una cierta miradita condescendiente, desde arriba o directamente a través, de las personas a las que se les oía un petit accent

 

Francia tampoco tuvo suerte conmigo. Incluso si se me hubiera mostrado más cariñosa, más compasiva, le tocó el rol de tierra madrastra: la primera que me acogió después de dejar la tierra de mis padres. Aunque Polonia me dejó un regusto amargo, de lugar donde no hubiera podido germinar nada bueno para mi desarrollo, mi nuevo país no tenía posibilidades para atenuar la nostalgia. Lo familiar no siempre es «bonito», incluso no siempre es bueno, pero el vínculo es tan fuerte y tan profundo que muchas veces impide, en nombre de una invisible lealtad, dejarse acoger, adoptar, enraizarse en una tierra distinta, en una manera distinta de vivir, de sentir. Sin darme cuenta, echaba desesperadamente de menos mi tierra, mi cultura, mi lengua e incluso, o quizás, sobre todo, a mi familia. Francia no podía competir con esa nostalgia. No estaba preparada para afrancesarme.

 

En realidad, tampoco me lo puse fácil a mí misma en mi “época francesa”. Viajaba enganchada al globo de la juventud, hinchado de esperanza y fe en que el mundo me pertenecía y en que las cosas acabarían yendo como deseaba si ponía el esfuerzo suficiente. Qué fácilmente se pinchó ese globo. 

No me lo puse fácil, pero fue sin querer. Hubiera sido más llevadero si hubiese sido avisada que no siempre la vida acaba dándote lo que deseas, por mucho empeño que pongas en ello. Ni por lo implacable que te pongas rompiéndote los cuernos contra la pared. Por infalible que me creyese, por ardiente que fuera la fe en mis propias capacidades, mi talento, mi fuerza de voluntad, no iba a poder con todo. Si me llegan a contar antes aquello de «si la vida te da limones, hazte un gintonic», quizás hubiese vivido mi época francesa con menos amargura. Hubiera madurado más suavemente y sin tanta melancolía.

 

El dibujo Cuidado: frágil viene de esa época. Miraba el espejo con incredulidad: ¿cómo podía ser que mi cara no expresara el dolor de aquel momento? Me sentía cada vez más dolida sin saber ni a quién ni cómo contarlo. De esta sensación de invisibilidad del sufrimiento, y de la necesidad de revelar cómo me sentía, nació el desafío: ¿Cómo expresar gráficamente lo que falta en la imagen del espejo? 

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El autorretrato como tema está muy presente en el arte. El autorretrato emocional es un tema aparte y voy a abordarlo desde el punto de vista de la arteterapia. Por supuesto que la estética en el arte es importante y valorable, y me encanta contemplar autorretratos que me parecen bellos (por dar ejemplos menos conocidos y «barrer para casa», echad un vistazo a la obra de dos artistas polacos: Witkiewicz y Malczewski ). Pero: el tema de la estética, de la técnica, del reconocimiento o no en el mundo artístico dejemos que lo analicen los historiadores del arte, los críticos… Aquí vamos a ocuparnos exclusivamente del mensaje.

El autorretrato emocional, más que nuestro físico, tiene como objeto nuestro estado de ánimo, una emoción, una vivencia. El retrato puede tomar diferentes formas: ser realista (como los ejemplos propios que incluyo) o bien simbólico. También puede ser una viñeta o un cómic, o un collage, e ir mezclando la imagen con la palabra (de estas formas hablaremos en los siguientes posts). 

Tengo diferentes autorretratos, algunos de ellos de hace veinte años, otros, de hace escasos meses. No siempre recuerdo exactamente cuándo y por qué fueron dibujados. Algunos llevan títulos o fechas que me ayudan a situar cada uno. Miro a la cara mi tristeza, mi rabia, mi miedo… también —aunque menos a menudo— mi alegría, un momento de diversión, de satisfacción. La razón por la que encuentre menos retratos «positivos» es porque utilizo esta técnica para expresarme, entenderme, centrarme en los momentos difíciles, en los que necesite reencontrarme, esté como esté. Es lo opuesto a las selfies de piquito: en vez de quedarme con una expresión superficial, busco sacar lo profundo a la superficie.  Cuando reviso mis archivos, miro a la cara a las diferentes Dominikas y me maravilla la multiplicidad de ellas, lo mucho que viví en los últimos años, y lo bien que me sienta expresarme mediante el dibujo. 

 

 

 

Si te sientes inspirad@, pruébalo en casa:

Colócate frente a un espejo con los materiales artísticos que te gusten: ceras: lápiz, pinturas. No trates de hacer un «buen autorretrato que se parezca». Inspírate con lo que ves en el espejo, pero crea libremente. Atent@ a las emociones, a las asociaciones que aparezcan en tu mente. 

Pon título a tu obra. Pon la fecha, escribe un texto acerca del dibujo y de tu situación presente. Piensa que los autorretratos pueden ser una forma de llevar un diario, más allá de las palabras. Puede ser una extensión del diario escrito o una alternativa para él. Archívalo.

 

Si te animas a hacer una sesión de arteterapia dirigida online, no dudes en contactar conmigo. 

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