Mis 5 autores más inspiradores del año

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Mis 5 autores más inspiradores del año

Este año, antisocial como ninguno, me lo he pasado con la nariz en el libro. Entre los cincuenta que he leído, recomiendo especialmente algunos. He escogido a cinco autores que más me han marcado.

 

 

Para aprender a recordar: Mary Karr

 

Mary Karr es poeta pero, por recomendación de su terapeuta, escribió su peculiar autobiografía. Leí El club de los mentirosos e Iluminada que son dos de sus tres volúmenes (Cherry aún no ha salido en español).

Aparte de que está muy bien escrito, este libro tiene un valor añadido. La autora consigue describir una infancia francamente traumática —alcoholismo de los padres, enfermedad mental de la madre, abusos sexuales— desde la mirada inocente de la niña que fue. A pesar de la carga de desgracias, recupera también muchos recuerdos felices y lo conjuga todo. Desde la perspectiva infantil no entiende la gravedad de los acontecimientos y además conserva en todo momento esa capacidad infantil de disfrutar de lo que le gusta, de centrarse en lo entrañable de la relación con su familia, de absorber con avidez el mundo que está conociendo.

La memoria humana funciona de manera selectiva. Gestionamos nuestros recuerdos como si fueran parte de una narrativa durante todo nuestro ciclo vital. La «arqueología emocional» sincera y rigurosa, que permite integrar lo vivido, reconocer el trauma y también la felicidad, es profundamente terapéutica. Tengo entendido que así fue para Karr y si tuviese la oportunidad de hablar con ella, le felicitaría de todo corazón.

 

Para emocionarme profundamente: Sergio del Molino

 

Un libro que empieza por «Éramos pobres pero teníamos Francia» no puede ser malo. Me encantan los libros que con la primera frase me regalan un knock-out así. Es como en una fiesta cuando alguien te guiña un ojo desde una distancia y hay algo en ese guiño que no te permite seguir adelante con tu vida.  

Lo que a nadie le importa es una excelente prosa. Habla de la historia familiar del autor —y de manera transversal, de España como país y como sociedad— a través de la vida del abuelo español del escritor.

 De La hora violeta el corazón no puede salir intacto. El autor tuvo una inmensa, infinita desgracia de perder un hijo. El proceso de escribir el libro se solapa con el duelo. El texto es una herramienta para atravesarlo. La autenticidad de lo que está viviendo —a lo que está sobreviviendo— hace de este texto un misil y una medicina a la vez, bello pero intenso. Hay que leerlo. Sobre todo, en unos momentos en los que andamos todos con la muerte a cuestas.

Una de mis resoluciones para el año 2021 es hacer algún taller de escritura con Sergio del Molino, espero poder realizarlo.

 

Para escribir mejor: Haruki Murakami

 

A Murakami le caracteriza un estilo simple, elegante y minuciosamente cuidado: si fuese una planta, sería un bonsai. Belleza y sencillez.

En De qué hablo cuando hablo de escribir, que no es una novela sino un libro de consejos para los letraheridos, Murakami explica los secretos del oficio como si de artesanía se tratara: negándose a sacralizar la escritura, habla de ella como un oficio que disfruta y que, dice él, se le da relativamente bien. Anima a todo el mundo a que escriba y, la verdad, tal como lo cuenta, casi parece al alcance de cualquiera. Asegura, eso sí, que escribir un texto decente requiere constancia y esfuerzo: tener talento no lo soluciona todo. Para lidiar con la procrastinación y el bloqueo, propone escribir la historia de una sola sentada: disfrutándolo, sin parar para corregir errores ni para construir frases bonitas. Y luego, releer, reescribir y desechar hasta que no sobre nada, hasta que todo cuadre. A mí me funciona.

Con su característica humildad, explica que escribió su primer libro primero en inglés, idioma que por aquel entonces seguía estudiando, y que le obligó a utilizar frases sencillas y un vocabulario limitado. Luego lo tradujo a su japonés natal, y voilà el «estilo Murakami». ¿A quién se le hubiera ocurrido?

Otro libro de este autor que me ha gustado mucho y que tampoco es una novela, es De qué hablo cuando hablo de correr. Porque el señor Haruki también corre maratones. Me encanta.

 

Para crecer como persona: Brené Brown

 

Me costó ponerme con El poder de ser vulnerable por culpa de mi propio esnobismo. Los bestsellers de autoayuda a menudo resultan ser un producto de ventas artificialmente hinchadas, y yo, que algo sé sobre el tema y además aspiro a ser una lectora exigente, di por hecho que no valía la pena. Me equivoqué.

El libro no es, ni aspira a ser, una literatura bonita. Está escrito con sencillez y claridad. Es una sincera, exhaustiva, y nítida exposición de qué es la vergüenza, a la que vincula con otros conceptos como el perfeccionismo.

Leerlo fue como si alguien encendiera, sin previo aviso, una luz cegadora: tan desagradable como esclarecedor. Soy una perfeccionista en recuperación, y ver la relación entre «intentar hacerlo todo perfecto» y «evitar el dolor de estar avergonzada cuando alguien descubre mis fallos» me ha ayudado a comprenderme mejor. También valorar la importancia de la valentía: no me queda sino ser valiente si quiero escribir este blog y exponerme, si pretendo hablar de mis muchas imperfecciones y aún así sostener que soy una buena terapeuta que puede acompañar al otro en su proceso precisamente porque ha pasado por allí, porque es humana. Gracias, Brené, me siento como si me dieses ánimos personalmente.

 

Para aspirar a la excelencia: Oliver Sacks

 

El hombre que confundió a su mujer con un sombrero de Sacks me tiene cautivada por dos motivos.

El primero es, obviamente, el protagonista del libro: el cerebro humano y sus infinitas posibilidades, interesantísimo hasta cuando enferma. Leer sobre una serie de casos de raras enfermedades neurológicas no suena a buena diversión hasta que os adentréis en las historias. Un músico que pierde la memoria y solamente puede ejecutar sencillas tareas cotidianas cuando canta una melodía para cada tarea. Un hombre que confunde objetos con personas, pero sigue siendo capaz de mantener una complicada conversación sobre el arte. Una señora con grave deterioro cognitivo que se expresa con soltura en un escenario.

Pero lo más increíble, y este es el segundo aspecto del libro que me fascina, es la persona del propio Sacks. Culto, amante y conocedor de la música clásica, motorista intrépido, un homosexual en una época muy difícil para serlo, un médico sensible, cariñoso, que siempre respetó al que padecía independientemente de su grado de inteligencia o del deterioro neurológico que sufriera. A Sacks le fascinaba la ciencia, pero esto no le impedía ver a sus pacientes como personas, no como casos. Para una terapeuta resulta especialmente inspirador.

Tengo pendiente leer su autobiografía, En movimiento: una vida. Quiero conocerle más.

 

¡Feliz Año Nuevo! No olvides que pronto damos un taller: link aquí.

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