Del resignificar a través del tiempo. Exposición Pompei@MADRE
Siento mucho interés por el arte contemporáneo. No soy experta en la materia, pero leo, reflexiono, y sobre todo voy a ver las exposiciones y me interrogo.
Me parece que no se puede entender el arte (de ninguna época) únicamente desde la descripción teórica. Y cuando hablo del „entender”, hablo de algo más allá de lo intelectual, algo más como apropiarse la obra, hacerla nuestra, incorporarla en el nuestro sentir. Hay que arriesgarse y vivirlo en carne propia, como si se tratase de una relación con una persona. Tal como no podemos aprender a amar estudiando sobre el amor, tampoco podemos entender de lo que se trata en el arte si no salimos „de casa” y no nos plantamos ante la obra, abiertos a todo riesgo.
El tema del arte moderno, y en particular el arte contemporáneo, es un tema nada fácil y hasta conflictivo. Hay quienes de entrada no aceptan nada de la época contemporánea, clamando que el arte ha muerto con los clásicosy que lo demás son ensoñaciones enfermizas, pura exposición del ego, o en el mejor caso, las ideas (conceptos) despojadas de la parte estética. Tomando en cuenta algunas obras, algunas incluso muy famosas, es difícil extrañarse ante este rechazo (aunque también está bien recordar que los clásicos de hoy en día, como Monet, Cézanne, Picasso, recibían en sus tiempos el mismo tipo de crítica...). Pero creo que hay muchas, muchísimas obras contemporáneas a las que vale la pena dar la oportunidad. Y vale la pena de darse la oportunidad a sí mismo exponiéndose a esas obras. Porque pueden llegar a abrirnos las puertas del alma completamente nuevas, llevarnos hacia los espacios internos cuya existencia desconocíamos.
Desde este camino de aprendizaje sobre el arte y sobre mí misma, me gustaría ir compartiendo mis encuentros con algunas obras del arte contemporáneo. Sin pretensión de explicarlas, sino compartiendo las posibles resonancias subjetivas e interpretaciones.
Para empezar este ciclo, he escogido una obra que tuve la oportunidad de ver hace poco durante una estancia en Nápoles. Ya hace tiempo me propuse aprovechar mis viajes para conocer los centros de arte contemporáneo, y esta vez cumplí con el propósito visitando el Museo de Arte Contemporáneo Donnaregina (MADRE). Este museo propone, entre otras cosas, una exposición Pompei@Madre, un proyecto interesantísimo dedicado al encuentro de lo antiguo con lo contemporáneo, rescatando historias atemporales, conmovedoras, muy humanas.
Recordemos que justo al lado de Nápoles se encuentra el yacimiento de Pompeya: una ciudad que en el año 79 fue completamente cubierta por el polvo volcánico proviniendo de la explosión del cercano volcán Vesubio. En pocas horas, la ciudad entera de 20 000 habitantes desapareció debajo de las capas de polvo de manera tan repentina que los arqueólogos contemporáneos han podido recuperar no solamente los escenarios detallados de la vida de los pompeianos (interiores, objetos de uso cotidiano), pero incluso las formas de cuerpos agonizantes humanos e animales.
Visitar el recinto de Pompeya es en sí una experiencia impactante (recomiendo, de hecho, precederla por la visita en el Museo Arqueológico de Nápoles, para contextualizar y entender mejor lo que se encuentra en el yacimiento). Hay algo terrible en la perfección de la conservación de los restos, y contemplar esa instantánea nos lleva inevitablemente a la reflexión: ¿hay algo seguro en este mundo, si las ciudades enteras pueden llegar a desaparecer por completo de la faz de la tierra en cuestión de horas? Qué sentido, qué peso, qué importancia tiene nuestro pequeño vaivén cotidiano contemplado desde la perspectiva de tan horrororso acontecimiento? Experimento la toma de consciencia angustiante de ausencia de control – sobre las leyes despiadadas de la naturaleza, pero quizás más aún sobre las decisiones despiadadas del ser humano (explosión del Vesubio, explosión en Hiroshima que dejó detrás algo aún más terrible que las figuras petrificadas: un gran vacío).
Como si fuese en repuesta a la necesidad de procesar este tipo de vivencias y de reflexiones, el museo MADRE y el recinto de Pompeya se pusieron de acuerdo para organizar una exposición en común. Me parece valiosa la idea de construír este puente entre el pasado y el presente y de dar vida nueva a unas piezas arqueológicas, y en el mismo tiempo aterrizar y anclar la reflexión del artista contemporáneo en algo tan solemne y con tanto aplomo que transmiten esas piezas. La exposición consiste en exponer las obras emparejadas: las piezas del yacimiento con una obra contemporánea que las interpreta o contextualiza. Reconozco que no todas de estas composiciones me parecieron logradas a nivel estético y/o conceptual, pero hay una que me gustó especialmente y quisiera presentarla.
La obra de Rebeca Horn „Spirits” del año 2005 consiste en un emplazamiento en las paredes de los cráneos humanos (extraídos de un cementerio de Nápoles). Están colgados a diferentes alturas, dentro de lo que podría ser la altura de una persona adulta (entre 1,60 y 1,85 más o menos). Delante de cada cráneo hay un espejo, colocado de manera que el espectador que se acerca para ver el cráneo de cerca se topa con un reflejo de su propia cara. Los espejos están dirigidos de manera que multiplican los reflejos de la persona que visita la exposición, y también los reflejos de los cráneos. El audio que completa la composición es un canto armónico polifónico, profundo, y al mismo tiempo desasosegador. Esta instalación contemporánea está completada por las piezas antiguas, que son unas piedras lapidarias extraídas del yacimiento de Pompeia. La obra de Horn ocupa 3 paredes de la sala, acogiendo en el medio un grupo de piedras lapidarias que forman una especie de metáfora de una necrópolis. El espectador, „visitando” uno por uno los cráneos, da a la vez una vuelta al cementerio.
Por supuesto, la obra de Horn – que de hecho fue anteriormente expuesta en otros espacios – ya en sí misma es impactante e invita a la reflexión sobre la propia vulnerabilidad ante el paso del tiempo, despierta la sensación de estar cara a cara con un recuerdo de una persona que ya no está, y por extensión con la muerte. La música facilita la immersión hasta entrar en contacto con la propia emoción, intensifica la vivencia, y por otro lado acoge el desasosiego que ésta provoca. Pero el hecho de emparejar la obra contempoánea con las piezas sepulcrales de Pompeya profundiza el sentido de la obra y le da una nueva calidad. Es como si las piezas antiguas avalaban la historia invocada por Horn. Son una prueba tangente de que no estamos hablando de una fantasía mórbida sino de una realidad, de un estado de las cosas inevitable, implacable e atemporal.
Cabe apuntar también que el conjunto expuesto está muy cuidado desde el punto de vista estético, visual (color y luz).
El encuentro en un espacio artístico entre estos dos mundos, que en realidad son uno, me parece especialmente logrado y estimulante para el espectador. En mi caso, desde que volví del viaje no dejo darle vueltas a este recuerdo, y el impacto que me causó me obliga a pensar, sentir y finalmente, crear (este texto, por ejemplo). Una pequeña prueba personal de que el arte contemporáneo tiene sentido, que impacta y transofrma a personas, y que llega a hacernos crecer, a condición de que nos abramos a la experiencia y permitimos que resuene en nuestro espacio íntimo, que nos atraviese con el dolor y que nos eleve hacia emerger de nuevo a la luz.
Dominika Dittwald
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